De diseñadora gráfica…
Mi primer contacto con el diseño fue gracias a un profesor de la universidad (creo que esto ya lo he contado antes) que era autónomo, por lo que para mí desde el principio diseñadora y freelance son términos que han ido de la mano.
Además, como nada más terminar la carrera me mudé a Navarra y mis pocos contactos estaban en Andalucía, no me quedó otra que hacerme autónoma y teletrabajar -eso que ahora está tan de moda- mientras buscaba un hueco en alguna agencia, estudio o empresa donde poder coger experiencia.
Como todo esto pilló en medio de la crisis económica y (para qué decir lo contrario) para las empresas el diseño siempre parece estar en la lista de ‘los prescindibles’, decidí cambiar de rumbo y me trasladé a Barcelona, donde firmé mi primer contrato como diseñadora -literalmente- a los dos días de llegar.
Aún así, como tenía algún clientillo particular y pagaba cuota reducida, decidí seguir dada de alta como autónoma.
…a diseñadora web
Un par de meses después solicité trabajo para dos ofertas ¡y me llamaron las dos! Una, para sumarme al departamento de marketing como diseñadora gráfica. La otra, una pequeña agencia que necesitaba diseñadora web. No sabía con cuál quedarme y, sí, suena a que me lo estoy inventando pero es la realidad, negocié para poder hacer media jornada con cada una: contrato de 6 meses por las mañanas con la primera, 3 meses, en horario de tardes con la segunda.
Con la primera aprendí a trabajar de manera metódica, bajo objetivos muy definidos y sobre todo a mirar a los usuarios bajo sesgos (con todas sus connotaciones) y a componer los diseños no solo desde una perspectiva estética, sino ‘rentable’. A nivel personal era guay porque éramos un equipo joven, muchas mujeres e hicimos piña: quedábamos fuera del trabajo para cenar, ir al teatro… pero los valores y ética de la empresa no encajaban con los míos.
Con la segunda empresa en cambio era como asistir a un bootcamp, solo que tus proyectos los validaban clientes reales en vez de profesores y en vez de pagar un dineral, cobraba por hacerlo. No había día que no aprendiese algo interesante. Éramos un equipo pequeño (conmigo, un total de tres) y nos lo tomábamos muy en serio.
Hacíamos diseños a medida que además trataban de cumplir con todos los estándares de usabilidad y accesibilidad. Además, como uno de los servicios que ofrecíamos era publicidad en AdWords, hacíamos del posicionamiento natural un must para reducir el CPC. Como en esos años hacía diseño web y maquetación front-end, y éramos los que estábamos (tres, repito), pues me tocó aprender de todo esto y más.
Por si fuera poco, nos lo pasábamos genial: íbamos a eventos, conferencias, networkings y afterworks (de estos que acaban en gin-tonic). Pasaron volando los tres meses de contrato y en la negociación para los siguientes llegamos a la conclusión de que era mejor para todos seguir como autónoma.
*No lo he mencionado, pero mantenía mis clientillos, no sabría decir si por orgullo de tener clientes propios o porque todavía no había aprendido a mandar a la porra a nadie. Y sí, echaba muchas, muuuchas horas por esa época, que contado todo suena muy bonito, pero hay un gran esfuerzo por detrás.
A día de hoy sigo pensando que es lo mejor que me ha pasado a lo largo de mi carrera profesional: se me exigía muchísimo, aprendí a tope tanto a nivel técnico como de gestión de proyectos, mediar con clientes, entenderlos, conocer sus expectativas, asumir compromisos y ponerles en su sitio cuando tocaba; me lo pasaba fenomenal y encima ¡me pagaban por ello! ¿Lo había dicho ya?
Solo tengo buenos recuerdos de esa época.
Ni que decir tiene que cuando la primera empresa me ofreció un contrato indefinido lo rechacé en rotundo para poder dedicar más horas con mi Equipo.
El peligro de que los tres fuésemos autónomos es cuando a alguno le sale un proyecto goloso. Y pasó.
Después de valorar las opciones finalmente nos disolvimos. Ahora estaréis pensando “¡Ja, eso por lista!, rechazar un contrato indefinido para estar de autónoma: merecido.” De hecho la versión que conté a mi familia cuando rechacé a la primera empresa fue que me había despedido y tuve que hacer lo que fuera por quedarme en la segunda 😅.
…a project manager
En menos de una semana di con otra agencia similar y esta vez yo podía aportar una experiencia y competencias que un año antes no tenía y que valoraron muy positivamente.
Me incorporé como autónoma, con unas condiciones económicas mejores y un equipo multidisciplinar a mi disposición, incluso otros diseñadores junior a mi cargo que me permitían quitarme de en medio las dichosas tareas de maquetación web, de optimización de imágenes, etc., y dedicarme a la parte creativa, además de coordinar proyectos y tratar con los clientes (que es algo que me gusta mucho, la verdad, sobre todo los que te traen bombones o plantitas para la oficina).
Hice también muy buenas migas con el equipo y de hecho aún guardo relación y colaboro con algunos de ellos.
Pero aunque una cambie el rumbo, no tiene que perder de vista su destino y Barcelona, por muchas y buenas oportunidades laborales que me ofreciera, distaba del plan de vida que quería, por lo que decidí hacer de nuevo las maletas y volver a Navarra.
Eso sí, en el equipaje metí toda la experiencia adquirida, algún cliente y más de un contacto, por lo que mi regreso (aunque no un camino de rosas) fue muy diferente.
Al reinstalarme di prioridad a mi web, cambiando el enfoque de ‘soy diseñadora’ a ‘somos una agencia multidisciplinar’, no con ánimo de engañar a nadie sino porque realmente tenía intención de crear mi propia agencia, aunque fuera partiendo de colaboradores externos.
Aunque te sorprenda, el diseño quedó supeditado al contenido: tenía que reposicionarme y la estructura de la web, la información y la velocidad de carga eran primordiales.
Me tocó maquetar, hacer linkbuilding y volver a dar un poco de movimiento a las redes sociales, algo que me da muuuucha pereza, pero en cosa de un mes ya estaba en primera página de google (esto ahora no me hubiera pasado porque la competencia estos años se ha puesto la pilas, jaja) para los resultados que me interesaban y -sorpresa- por lo visto posicionó muy bien uno de los servicios a nivel nacional y me hice con un clientazo que mantengo a día de hoy.
Este fichaje, más los clientes que ya había traído conmigo, más los proyectos pequeños con particulares que venían del boca a boca o a través de la web me proporcionaron la tranquilidad necesaria en cuanto a ingresos y pude permitirme replantear mi estrategia de negocio. Volví a rediseñar mi web para acotar los servicios y centrar la captación en lo que me apetecía trabajar y sobre todo orientarla a proyectos de continuidad, que me evitasen estar negociando y convenciendo de mi valía a nuevos clientes para trabajos de corta duración.
En este nuevo diseño ya sí que me esmeré en que fuera más atractiva pese a la posible pérdida de posicionamiento, pero cometí el error de mantener el discurso de agencia.
A través de una recomendación, empecé a colaborar con una consultora en Pamplona.
Al principio me pareció fantástico: acordamos un precio hora y aunque pedían que el trabajo se realizase de manera presencial, tenía total flexibilidad de horarios y me quedaba cerca de casa. Algunos proyectos salieron bien pero la empresa estaba en plena reestructuración, los roles empezaron a difuminarse, surgieron discrepancias y finalmente preferimos disolver el acuerdo.
Es otra ventaja de ser autónoma: cuando no te entiendes con un cliente puedes poner pies en polvorosa y si te he visto, no me acuerdo (tratando de quedar bien, por supuesto).
…a digital design consultant
(qué cool suena en inglés)
Unos meses después llegó de la nada la llamada de una recruiter (algo bueno tenía que salir de los perfiles en las redes sociales) ofreciéndome la posibilidad de unirme a una empresa que buscaba un rol multidisciplinar para darle una vuelta -con triple tirabuzón- a la web y pudiera dar apoyo también al equipo interno en tareas de gráfica corporativa.
Después de un largo proceso de entrevistas y negociaciones llegamos a un acuerdo que me permitía compaginar las tareas que exigía el puesto y seguir atendiendo a mis clientes.
Confieso que me sonaba todo demasiado bien como para que fuese cierto (algunas cosas resultaron no serlo, de hecho) y quería tener un salvavidas por si necesitaba saltar por la borda en cualquier momento.
Las sensaciones fueron muy diversas: nunca había trabajado para una empresa de esas características y tan compartimentada. Había equipos reticentes a los cambios, otros con una visión del negocio y la empresa muy arraigado y por otro lado varios perfiles nuevos que se habían incorporado hacía poco o estaban en el proceso, igual que yo.
Mi adaptación no fue inmediata y estoy convencida de que algunos de mis compañeros recelaban de la chica nueva a la que ven con suerte una vez al mes por la oficina, que nadie sabe muy bien qué rol tiene y encima quiere ponerse a cambiar cosas.
No, no fue fácil y aquí el trabajar en remoto no ayudó para nada: terminan las reuniones, apagas la webcam y adiós. Tardas más en conocer a cada uno de tus compañeros y compañeras porque en las reuniones grupales poco se habla de temas personales, eso se hace en los cafés, en los pasillos…
No quería darme por vencida y traté de verlo como una nueva asignatura. El trabajo prometía ser retador y estimulante, así que tiré para adelante y acabé por aprobar 🙂
…siempre diseñadora
Así, combinando agencia, particulares e in-company conseguí, además de estabilidad de ingresos, una variedad de proyectos con los que no aburrirme.
Me quedaban horas para abordar algún trabajo con particulares que realmente me gustase, realizar proyectos propios, seguir estudiando (que me gusta mucho) y como no podía ser de otra manera, replantear mi imagen en internet y volver a cambiar no solo mi web, sino mi concepto de marca personal de arriba a abajo.
Este último año y medio ya imaginaréis que toda la estabilidad se fue al traste. Al principio, como todos, pensaba que sería por unos pocos meses, pero al ver que la cosa se alargaba tuve que reaccionar.
Por suerte, el boca a boca, mi red de contactos y colaboradores y la reputación construidas en este tiempo me han abierto las puertas a nuevos proyectos con relativa facilidad y estoy súper contenta con las oportunidades que me han ido surgiendo.
Además he visto cómo he madurado a nivel profesional y he sido capaz de asesorar, prestar servicios de calidad y acompañar a seis emprendedores (cinco de ellas mujeres, ¡¡oleee!! 💪) en el último año, consiguiendo además de su confianza, en varios casos, amistad.
¿Qué pasará tras la pandemia? Supongo que nadie lo sabe, pero de un modo u otro seguiré diseñando y asesorando para ayudar a construir marcas y servicios digitales allá donde se me quiera 😊. ¡Estamos en contacto!